Existen pocas palabras tan aterradoras como las que evoca el tiempo. Su relación con la muerte es meramente causal y; sin embargo, resulta natural voltear nuestra atención a su enigmática naturaleza tras presentar hace unos meses la re-interpretación de la muerte en diversos contextos.
Resulta casi imposible desprendernos del yugo que el tiempo ejerce sobre nosotros en cada aspecto de nuestras vidas. Sin importar si hemos decidido avanzar sobre la existencia como una máquina que en automático va mapeando sus pasos en torno al imaginario contar de los segundos o si tomamos la osadía de despertar y tratar de entendernos como un ente ajeno a una referencia temporal; las nociones del presente, pasado y futuro acechan nuestra conciencia como un fantasma que merodea alguna residencia maldita.
Hoy más que nunca nos entendemos como personas atadas a la tiranía de un devenir claramente delimitado por ciclos, intervalos y etapas. Sea en el marco de un historicismo inerte o en la simple pero funcional división de las horas del día; nuestros planes, metas e incluso la propia valía se mide en relación el tiempo.
La juventud es sinónimo de virtud, y los jóvenes exitosos son como héroes de nuestras modernas leyendas de prosperidad. En ese sentido el tiempo ha catalizado los espejismos de nuestra era de imágenes y vacíos. Las apariencias se exaltan con los reclamos de plenitud temporal. La vida se ha vuelto una carrera dónde el tiempo ya no solo es equiparado al dinero; sino que depende de él.
Los instantes se disfrutan como reflejo, como medio y como mensaje. El presente ha dejado de ser continuo y hoy se maquilla para transformarse en imágenes y fragmentos. La ironía de una generación demasiado consiente de su presente nos ha hecho quebrarnos en una absurda dualidad entre lo que experimentamos como momento y lo que recordaremos como memoria.
Somos víctima de una dualidad que se alimenta de prisiones de plástico, filtros y composiciones de un presente ignorado que se transformara en una remembranza ficticia y en un futuro carnet de experiencia, vacuidad y presunción.
Ataraxia presenta ahora una pequeña colección de discursos e interpretaciones del fenómeno del tiempo, de su esencia, su concepto, su idea y su emoción a la luz de las ilusiones y espejismos que produce en nuestro presente.
En un intento de desentrañar los confusos y superficiales matices de nuestro presente; queremos darnos un momento para observar de frente al fantasma del tiempo y comprender y cuestionar su rol en el devenir de nuestro mayor proyecto: el existir.