Foto: De la serie "Fecha de expiración" de Mariana Reyes
A veces se me olvida que estás muerto, que ya no estarás para contestarme con un comentario sarcástico y mordaz, que tampoco estarás si un día encuentro a alguien con quien compartir mi vida. Te vas a perder todo y apenas comenzábamos, apenas estábamos haciendo cosas, siendo. Justo apenas nos entendíamos después de todos estos años de estira y afloja.
¿Cómo no estar encabronada? ¿Cómo no sentir rabia cuando veo gente muriendo a los 90, con 67 años de casados?
Tú que ya no estás, tú que sabes todo, ¿cómo se sigue viviendo después de un golpe así? ¿Cómo sigues viviendo cuando ha muerto una gran parte de tu vida?
Al parecer tendré que averiguarlo. Sobrevivir, sobre llevar la vida, a cuestas, porque todo pesa, dejar la casa cada mañana sabiendo que no estás.
Dormir sabiendo que ha pasado un día más sin ti, y despertar, puta madre, despertar y enfrentar un día más —todos son grises—, lidiar con jefes idiotas, con gente que no entiende, que no tiene idea de la fortuna de querer a su padre, de tenerlo y poder pelear y reclamarle en persona.
Estoy asumiendo tu muerte con sarcasmo, con sorna, con humor negro, porque no entiendo, no sé otro modo de hacerlo, parece una cosa tan estúpida que estés muerto. Que hayamos quemado tu cuerpo, que seas polvo. Que no vas a regresar como Lázaro.
¡Papá! Te grito para ver si así me escuchas y te dignas a volver. A ver si decides luchar y quedarte. ¡Chingada madre! Maldigo absolutamente todo, al mundo, a Dios, a los doctores, a los pendejos del sistema de salud, al imbécil del doctor que corrió a mamá del hospital, a mí por irme cuando no debí, y a ti por pinches morirte.
Me debes años, cumpleaños, celebraciones me debes peleas por decisiones idiotas o impulsivas que voy a tomar (for sure!). Me debes tanto. Te extraño tanto. No sabía que podía tener tanto dolor y al mismo tiempo seguir funcionando.
Tengo ganas de mandar todo y a todos a la chingada. Tengo ganas de morirnos todos y que todo acabe.
Perdón por ser tan dramática, es algo que nos viene de familia.
No sé qué hacer, no sé qué hacer, todas las palabras me parecen vacías, inmerecedoras de tu recuerdo, de tu memoria.
Las palabras son pocas para describir todo lo que sentí en ese camión cuando me dijeron:
— Se murió tu papi.
Tu papi, como si fuera una niña pequeña que necesita protección, and yet, ahí fui la más frágil, el ser más indefenso de todos. Ahí, en el asiento 24 de un Turimex, me sofoqué hasta que casi se me acabó el aire, hasta que el calor evaporó todas las lágrimas que tuve en esas horas.
Nunca antes otro ser humano me repugnó tanto como mi vecino del asiento 23 con su tos y su gripa, con sus movimientos adormilados.
Nunca he estado tan triste, tan desolada. Hay algo de la muerte que se siente tan predecible, que se anticipa y te dice: aquí vengo, cuidado que ya llego.
Por eso cuando S. me dijo que te iban a entubar, que estabas grave, lloré como pocas veces he llorado en esta vida. Esto, tu muerte, tu enfermedad, verte tan indefenso, tan insignificante, mira que eso es fuerte.
Lo que la gente no entiende es que la vida sí se detiene, como está detenida ahora por tu ausencia.
En realidad te digo todo esto porque se me acaban las maneras de decirte que te extraño y porque esas palabras ya no bastan después de este tiempo, después de vivir dos meses sin ti. Las putas palabras que no existen para nombrarte, para decirte todo lo que me queda pendiente.
Sobre el autor:
Marcela Reyes
Mejor conocida en los bajos mundos del internet como Marcemars. Escribe, edita, traduce, da consejos sobre conejos y pone ñoñerías en Escritorio Público. En los últimos meses le ha dado por preguntarse cosas sobre la muerte, el duelo y el dolor.