Paso los dedos por mi nuca y siento el cabello empapado en sudor. El sol me pega directo en la cara a mí, y a los otros mil automovilistas atorados en la avenida. En el radio un conductor intenta imbuirle emoción al mismo mensaje político de siempre; por supuesto que falla de manera estrepitosa. Absolutamente nada se mueve, ni el auto, ni el reloj, ni el sol, ni yo.
El conductor de radio pasa a otras noticias, un soldado en Túnez mató a 7 de sus compañeros. Y si somos brutalmente francos no me importa, no puedo señalarte Túnez en un mapa ni para salvarme la vida.
El punto va por ahí, en este preciso instante nada me importa. Me faltan 45 minutos de estar atrapado en esta caja ardiente y la pesadez de mi propio cuerpo no me deja interesarme en nada que no sea eso.
Como un autómata del sector 7-G, ignoro las reglas de tránsito y desenfundo mi celular sin siquiera pensarlo para perderme en un juego. Con el cerebro en blanco destruyo frutas de brillante colores por 5 gloriosos minutos de entretenimiento en los que no tengo que aceptar que no hay nada mejor que hacer con este momento que no volverá.
Puedo acelerar un poco. Avanzó unos 3 metros y toca esperar otra vez.
Se me acabaron las vidas. Conecto el celular al sistema de audio del carro, dejo cada canción unos 5 segundos y luego paso a la siguiente. Me dedico a esto un espacio indefinido de tiempo.
Colectivamente los mil automovilistas y yo avanzamos un metro.
Dejo la música en paz. Me paso las manos por la cara para ver si me puedo arrancar una espinilla. Repito el proceso por el cuello, las orejas, los brazos y el cráneo. Dejo el autodescubrimiento, tomo el celular para destruir otras coloridas frutas pero todavía no tengo vidas nuevas.
Acelero, freno, acelero. Estoy seguro que eso lo escuche en algún lado.
Toca ver que están haciendo mis amigos. Twitter, Facebook, Instagram, Swarm, para este momento sé que comieron hace tres días. Veo las insulsas caras de personas con las que he hablado 2 veces pero que se mueren por compartir citas inspiracionales. Empiezo el proceso otra vez para ver si alguien ha compartido algo nuevo en los últimos segundos. Refresh. Refresh. Refresh.
Ya no queda nada más en que ocuparme. Pienso un poco de filosofía barata sobre como el tráfico es el gran igualador social, saca lo peor de los seres humanos, somos animales, nada tiene sentido, no vamos a ningún lugar, y por supuesto, recuerdo a mi madre decirme cuando niño, “sólo la gente aburrida se aburre”.
Sobre el autor:
Lérida Jerez Sánchez
Lérida (sí como Mérida pero con L), nació en el D.F. pero actualmente reside en Nuevo León. Periodista de carrera desde hace algún tiempo alterna sus días entre proyectos sociales y escribiendo discursos a los que su jefe no les hace justicia cuando los lee. Con un particular gusto por escribir en la madrugada, se mueve entre la realidad y la ficción.