Las palabras no se agotan, simplemente se acaba la voluntad de redactarlas. La infinidad de configuraciones que permite una hoja en blanco es suficiente para comprender la inmensidad del universo. Habrá palabras que se repitan y habrá otras que se vuelven palabras al hacerlo. Una coma es suficiente para re-descubrir el significado de una cortina más del cosmos y un texto; para entrever los colores del todo.
Las estrellas son diosas e imágenes vacías a la vez. ¿Qué no somos acaso lo mismo? Al menos venimos del mismo lugar. Puede entonces pasar uno la eternidad de las eras intentando descubrir el lirismo de una existencia vacía y, a la vuelta del tiempo, darse cuenta que los agujeros negros son el estanque de las galaxias.
Si la luz dictamina la visión de lo existente (en la saturada ironía de los reflejos); ¿no será entonces la oscuridad redentora de los sueños? Resulta agobiante la precisión de las imágenes metafóricas cuando estas se observan ensimismadas en la realidad que pretenden desafiar; más, la necesidad de comprender la disonancia de las ideas y el dinamismo de emociones que hemos olvidado persiste.
Ya no hay tiempo para evocar sentimientos y sublimar banalidades. No por nada los jóvenes se burlan del artista con sus agotadas imágenes de lo inadecuado. Son flujo e histéresis de un fracaso generacional. Son réplicas y replicantes de una broma infinita de repetición carente de arrepentimiento, angustia y voluntad.
Cansa también el intentar explicar lo obvio. El desperdiciar líneas y momentos de inspiración para justificar visiones sesgadas de una actualidad más allá de la redención. Cuesta trabajo también volver al dinamismo de una expresión libre y literaria de pretensiones conceptuales y momentos de divinidad individual. Atiendo entonces a la musicalidad del destino. A los acordes que dibuja el viento y las transiciones que marcan las nubes. La pauta entonces se vuelve eternidad. El pentagrama del existir se toca con la lucidez de la conciencia y con la añoranza de una totalidad que solo le pertenecía al tiempo antes de su existir.
Somos prisioneros de la irrisoria libertad de los vacíos. Experimentamos la conciencia del instante dividido en copretéritos de insulsa entropía. Y de repente, las estrellas colapsan, las galaxias desaparecen y los cometas se encogen. La luz queda atrapada en un mar de oscuridad y vacíos eternos. La nostalgia de un pasado redentor se esboza de nuevo y así, en fragmentos, comienzan a repetirse las palabras una y otra vez.
Sobre el autor:
Federico I. Compeán R.
Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.
Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.