Fotografía: "Les Fleurs Du Mal" por Felix Bracquemond, 1857
Mientras sigues encerrada en lo más recóndito de una diminuta caja de concreto y cristal, yo sigo afuera, oliendo el aroma a panteón que emana de mi piel, a su pútrida tierra de muerte y dolo, a las espinas de flores marchitas que envenenan de pesar la latitud, al hueso corroído hasta la ceniza, a los órganos coagulosos y regordetes devorados por gusanos.
Y no es un mal hedor, solo es la embriaguez de la eternidad incorpórea.
Cierro a la par mis manos capturando la más exquisita de todas las esencias, entre mis dedos apretados pongo el ojo y diviso el olvido, es un frío remolino espacial que gotea un negro tan oscuro que causa pavor. Mis manos son espacio suficiente donde cohabitan infinitas almas que lloran ante el espanto del último suspiro. Con mis manos cubro a plenitud un espacio dulce en donde el tiempo dejó de capturar al ayer y lanzó al abandono el transcurrir de tu legado. Mis manos se desfragmentan como estalactitas de paz al limpiar mis lágrimas. En mis manos cabe toda tu vida. Mis manos aplastan toda vida. Mis manos se desmoronan como arena soplada. Mis manos también mueren.
La muerte no es sino una mera confusión entre lo que respira a través de la carne y lo volátil de la fantasía estática. La muerte es un alfiler enterrado en el corazón que deja lentamente de sangrar. La muerte es la estaca profunda que se quedó perdida entre lo más profundo de nuestras marañas. Podrán pasar un millón de días y sin embargo las espinas se aferran a uno como la sal al mar. Podrán nacer un millón de madres y todas están destinadas a caer una vez la puesta del sol.
La muerte es vida efímera intrincada en lo más hondo de nuestras almas. La muerte es un recuerdo póstumo de la materia que se esfuma. La muerte es perderse a nado en un pajar de caos. La muerte son nubes infinitas que danzan al compás del tronido de las ramas. La muerte es cuestión de nulidad y una línea trazada por el más intenso de los carbones desde el punto cero hasta el infinito.
La muerte no se olvida, se vive:
Es un pesar tan intenso que hasta las fibras más insensibles de nuestro ser se tiñen de un rojo tan vivo que quema, extrema al espíritu y lo oprime con lo más pesado de su objeción.
Y mientras mis órganos sigan cargados de calor vital, escupiendo, blasfemando y latiendo como marimbas silenciosas, la muerte me aguarda sigilosa, detrás de las montañas que tendré, algún día, atravesar.
Sobre el autor:
Abraham Or
Nació algún último día de algún último mes del invierno. Por un estudio que leyó, cree que la juventud termina a los veinte y cinco y la senectud, inicia a partir de allí. Debido a esto, sufre en extremo por las nimiedades de la vida, sintiendo que día a día, esta se el escapa de las manos. Escribe porque así drena las ansias, así se siente en plenitud y porque considera que en sus letras es el único lugar donde puede despotricar y desahogarse contra lo que no le gusta que es la mayoría. Gusta del buen vivir, buen beber y mejor ser. Piensa que los problemas universales se deben al gran cáncer de todos los tiempos: la humanidad. También que en algunos varios miles de años, esta será más humanista, desprejuicida y liberal, no pierde la fe. Aunque sabe que en el fondo da igual, más pronto que tarde, utilizarán sus órganos para estudios y donación. Ea.