Considero que le debo a los instantes el generar esta breve reflexión. Un simple y corto pensamiento de la elusiva actividad de pensarnos a nosotros mismos. Lo anterior ya se viste de un tono ligeramente académico y, por ende, de un sentimiento de aridez.
Más me valdría hablar aquí de amores anteriores y de emociones inmediatamente asimilables como propias de un lector invisible y genérico. Esto es lo que resulta lamentable. Es necesario hablar en dos dimensiones para poder hacer mella en la consciencia individual. De esa individualidad inerte y superflua que entrevé sus necesidades como meros enunciados en los que se posibilita la necesidad de “dar click”.
Es triste, en definitiva lo es, el tener que aderezar historias en los mismo términos burdos con los que estás pueden conectar por sobre su humanidad latente. Hay que hablar de imágenes y espectáculos mientras se utiliza un lenguaje adecuado para tal perversión. Y así, dejamos emociones reales (no conceptos) en los escondrijos de una realidad vuelta a menos.
Pensarse a sí mismo sigue siendo entonces un acto de aburridísima rebeldía. ¿Qué soy yo sino los mitos que me ha inculcado una realidad material que no comprendo? Soy ideología viva de un Universo de apariencias. Pensarse a sí mismo entonces puede ser el simple hecho de reconocerse como mercancía de un arreglo social regido por el todopoderoso mercado de las imágenes. Pero ahí radica la trampa y ahí es dónde encontramos la solución.
Pensarse a sí mismo es un acto definitorio de consciencia. Pero ya hace falta mucho más que el estar conscientes. La conciencia de nuestra individualidad pura y dura nos la dan también los productos que consumimos. No engañan, tal vez, pero nos muestran con una claridad casi prístina lo que es ser y existir en esa deliciosa individualidad de consumo.
De tal suerte que pensarse a sí mismo tiene que ir un poco (no mucho) más allá. Tiene que ser un acto que se ejerza por sobre las fuerzas sociales de la hegemonía de experiencias superfluas de placer y dolor sintético. ¿Qué hay por ahí en ese callejón tan abstracto? Hay crítica.
La palabra, por si sola, elucida una multiplicidad de significados. Es una confrontación, una reflexión, una posibilidad…. ¡una urgencia! Eso y más es la crítica; pero esencialmente la crítica es y tiene que ser el encuentro con el disenso. No en el sentido de una discordia reaccionaria, sino en el debate iluminado por la realización de un marco contextual e histórico único. Es decir, dentro del diálogo de las responsabilidades.
¡Pero que burdo es esto (y todo aquello)! Más me valdría engañar a la muerte en un juego de ajedrez que hablar de estos grises tan devastadores. Y puede, sí, que sea verdad. ¿Entonces? ¿Hemos perdido la batalla contra el gran espectáculo? No, no se trata de verlo como una guerra, como una estrategia, como un núcleo de sentido y significación.
El pensarse a sí mismo empieza en la misma absurdidad donde termina. No se delimita por odas de guerra y nostalgias de conflicto. Su fortaleza es su vitalidad, y como toda alegoría física se basa en la cuestión inherente de los instantes.
Pensarse a sí mismo es entonces ejercer rebeldía en temporalidad, es interrumpir el aparentemente ininterrumpible flujo de la decadencia moral. El pensarse a sí mismo es de-construir marcos teóricos que tardaron siglos en erigirse; no por arrogancia sino por necesidad. El pensarse a sí mismo es detener el frenetismo de una racionalidad pensada erróneamente. El pensarse así mismo es ejercer la forma más bella de individualidad. Esa que se piensa en relación al otro… en relación al mundo.
Nada de lo anterior tiene o debería tener consecuencias instrumentales; pero sí deberían mostrar cambios de actitud ante realidades ininteligibles. Lo anterior no es mera retórica, pues aunque sus palabras hayan sido seleccionadas cuidadosamente, su sentido no recae en su estética sino en su posibilidad… es decir, en su ética.
La ética es y siempre será relacional de la duda, de la incertidumbre, del “no saber qué hacer”. Y pensarse a sí mismo tiene entonces que ser el principio director de una sociedad ética y no moral. Una comunidad progresiva, comprensiva y reflexiva. Una elucidación de la madurez de una especia esencialmente salvaje; pero indudablemente dinámica.
Vivamos pues en duda. En una duda tan abrupta que nuestras creencias sean meras cartografías incompletas. En una duda tan pronunciada que la lógica se transforme en herramienta. En una duda tan presente que Descartes nos parezca detestable. En una duda tan histórica que nuestros pueblos, hermanos y miembros de realidad entiendan como parteaguas de un discurso vacío y no como continuación de este.
Pensar en sí es construir para otros.
Sobre el autor:
Federico I. Compeán R.
Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.
Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.