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El infomercial reverberaba por la habitación. Golpeaba las paredes y hacía temblar los vidrios; peor aún, hacía temblar a Laura.
En su sala tiene dos sillones verdes, desgastados por el tiempo y con cojines que no hacían juego. Una mesa de centro con una planta, algunos libros a medio leer y un café frío. Un espejito antiguo a un lado de la puerta que daba a la calle, sobre una mesita en donde deja sus llaves y la bolsa. En el rincón a lado de la ventana, una tele que había tenido desde la adolescencia y que se negaba a descomponerse. El cuarto nunca estaba realmente arreglado.
Ya no estoy joven – piensa Laura sobre sus 46 años, mientras se estira la cara frente al espejo – tampoco es que sea vieja, pero ya no estoy para salir con minifaldas y tal vez debería comprar ese aparato.
Sobre la mesita de las llaves también hay una foto de las vacaciones que tomó saliendo de la universidad con su hermano. Ahí, sentada en una banca en Sevilla y a los 23 años, el tiempo parece más una promesa en vez de una inminente desgracia que hay que mantener a raya a toda costa.
Algo impulsó a Laura a tomar la fotografía y verse fijamente. No se veía en a esa chica. Por supuesto que era ella en parte, pero si se encontrará hoy caminando en la calle no podría reconocerse.
La vida no era justa, nunca lo es. Había subido de peso, se le empezaba a encanecer el cabello y en esa cara no encontraba las arrugas y los surcos que desde hace algunos años podías ver en su rostro si te acercabas lo suficiente. Peor aún, el día de hoy le faltaba ese je ne sais quoi que tenía en ese entonces, lo había matado el exceso de merlot, los cigarros que empezó a fumarse en esa época y las preocupaciones típicas de la vida adulta.
-A esa edad dije que me moriría a los 43, que ya habría hecho todo. Ni madres, tengo 46 y no he hecho ni una cuarta parte. Ya vivimos 3 años de más. A ver niña, ¿todavía te quieres morir a los 43?
No le incomoda la vejez per se, no realmente. La alternativa a que no pase es morirse y eso no, por lo menos no todavía. Pero Laura ve con nostalgia a la chica de 23, al televisor de su adolescencia y a los sillones que hace tanto ya fueron bonitos. Nada es nuevo en ese cuarto, ni ella, ni los muebles.
Y sólo puede culpar al paso de los años. Implacables, cada 365 días le quitan partes y la convierten en otra versión de sí misma. La Laura de este año no es igual a la del anterior, de alguna forma tiene menos cohesión en ciertos aspectos.
-Si me hiciera un retoque aquí – piensa mientras se frota la frente- me vería por lo menos parecida a como era en el 2005. Claro que sería mentira, esos 10 años los viví. Qué curioso, no hay ni un reloj, ni un calendario en toda la casa. Sólo sé que pasa el tiempo por lo desgastado que está todo.
¿QUIERE VERSE JÓVEN?
Laura busca su teléfono y marca.
¿BORRAR LAS FEAS MARCAS DE LA EDAD?
Hace su pedido
COMPRÉ EL RESTIRADOR 6500
Se embarca en la misión de detener al tiempo.
Sobre el autor:
Lérida Jerez Sánchez
Lérida (sí como Mérida pero con L), nació en el D.F. pero actualmente reside en Nuevo León. Periodista de carrera desde hace algún tiempo alterna sus días entre proyectos sociales y escribiendo discursos a los que su jefe no les hace justicia cuando los lee. Con un particular gusto por escribir en la madrugada, se mueve entre la realidad y la ficción.