Al posarme en su pecho todo es tranquilidad. Ni siquiera el repetitivo y adormecedor sonido del abanico de la alcoba parece incidir en mí. Las sirenas al exterior se sienten lejanas, casi ficticias. La oscuridad me acoge cual sábana en una noche de frío y humedad.
Su respiración es calmada y profunda. Me mueve al mismo ritmo al que siento se mueve el Universo. Observar sus ojos cerrados me alivia. Dejo de pensar. Todo se detiene, incluso mis ideas y emociones. Comienzo a caer dormido, a descansar, a dejar este mundo aunque sea por un instante.
Dormir es jugar a morir. Soñar es entrar al reino de los espíritus. El subconsciente es una construcción propia tanto como lo es colectiva. El tiempo, la distancia y los sentimientos… todos se mueven diferente una vez que cae la noche sobre nuestra mente.
Cierro los ojos. El latido de su corazón me aleja de todo y me acerca hacia ella y hacia mí. Me pierdo. Olvido dónde estoy, hacia dónde voy y quién soy. Observo, pero ahora con mi mente. El panorama es nebuloso, como si estuviera observando el espacio o como si me encontrara en un cuarto lleno de vapor en la oscuridad.
Me desentiendo de este mundo. Pasan segundos y horas a la vez. Todo en el mismo sitio. Observo luces y patrones débiles y opacos en la oscuridad de mis ojos. Pequeños puntos de colores que bailan con cierta periodicidad. Eventualmente los patrones se vuelven más complejos, me cuentan historias y me evocan sentimientos. Su lenguaje es su mismo existir.
Ella grita. Grita fuerte y de manera prolongada. Que sufrimiento más agudo. Su exclamación duró escasos segundos. El sobresalto dejó mi corazón palpitando como loco. -¿Qué pasó?- le pregunté. Agitada no supo que contestarme. La tranquilicé. Seguía agitada. Por un breve instante sentí un tremendo pavor. Me sentí frío y débil. Me habían traído de vuelta del mundo de los sueños… del mundo de los muertos.
Ya más tranquila comenzó a describirme la escena. Al igual que yo, había quedado dormida en mis brazos. Estaba cansada. Era domingo. Ahí, en la realidad física y material del mundo despierto estábamos entrelazados, seguros y tranquilos. Pero su mente funciona muy rápido y sus memorias y sueños son vívidos como el soplo de un viento cortante.
-Estaba contigo, como ahorita. De repente desperté y te vi, pero no eras tú… eras un monstruo.
Era sombras y oscuridad. Me lo describió a detalle. Tenía un rostro negro y peludo, dientes afilados y chorreantes. Ojos enormes, perdidos y de múltiples colores. Estaba jadeando expectante. Lento, pero con una ferocidad aterradora. Había visto la caricatura del miedo en mi rostro.
Apoyo su cabeza en mi pecho mientras acariciaba su pelo. Durmió de nuevo. Mi ansiedad no se iba. Seguía un poco agitado. No sabía que pensar o que sentir. Estaba expectante y nervioso. Como esperando el grito una vez más.
¡Oh que profunda desesperación aquel alarido fue! El solo imaginarlo ahoga mi corazón y sobresalta mi espíritu. El no saber si volvería a suceder me tenía con los ojos abiertos y el alma en vela como aquellas noches dónde luchaba contra los fantasmas de aquel terror de la tierra.
Quise hacer una oración para refugiarme en los bastiones de aquella infantil fe de hace años; pero no me sentí a gusto. Me detuve un momento. La observé, volví a sentir su ritmo y caí nuevamente en cuenta. La tranquilad se volvió a revelar ante mí.
Estamos despiertos y cuando la conciencia quiere entenderlo todo eventualmente se topa con la ansiedad de lo desconocido. Con la incertidumbre de lo inexplicable. Con la posibilidad de lo anormal… de lo perturbador. Tenía que volver entonces a mi sueño. Recorrer nuevamente los patrones de luz e interferencia que se generaban frente a mis ojos dormidos. Alinea la armonía de nuestros latidos para experimentar la inercia de la colectividad. Absorber cualquier indicio de un miedo fabricado y superado en un solo instante. Recordé que el miedo es simplemente el negarse a aceptar y el negarse a aprender.
Sobre el autor:
Federico I. Compeán R.
Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.
Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.