María había viajado en 2011 a la ciudad de cristal. Los sueños eran muchos. Ella buscaba el amor, el éxito profesional y a la vez huir de las pesadillas que la rodeaban en casa. María estaba decidida que cualquier cosa sería posible, el cielo era el límite.
Contrario a mucha gente de su edad, María no tenía miedo de no casarse. Ella tampoco tenía miedo de no tener hijos ni de envejecer sola. El mayor miedo de María era el caos. Ante esto, María había planeado con anticipación cada cosa que quería realizar en la ciudad de cristal. Mientras su lista siguiera el orden que esperaba, María se sentiría feliz y segura. Escribió y editó una y otra vez su lista de propósitos, los leyó varias veces y reflexionó sobre la manera en que cada uno de ellos se pudiera cumplir.
María quería asegurar su empleo. Esto lo lograría trabajando siempre de más para darse a notar como una persona con pasión por su profesión. María creía firmemente que trabajar de esta manera le abriría puertas. Incluso estaba dispuesta a sacrificar placeres personales a cambio del éxito laboral pues para ella el placer más grande se encontraba en ser una profesionista exitosa. Además, María estaba dispuesta a volverse una persona más abierta emocionalmente y a confiar en que las personas en esta ciudad, incluyendo sus colegas de trabajo, serían más honestas que la gente de su tierra natal afectada por la violencia y la corrupción.
Para María el estar en la ciudad de cristal representaba una oportunidad para escapar de las pesadillas en casa. Así, María había encontrado en la ciudad de cristal una puerta, un pasaje hacia un mundo desconocido, tan lejano que creía que sus pesadillas no la podrían alcanzar. Desafortunadamente, el caos encontró un hueco para hacerse presente.
Caos. Miedo. Luz y oscuridad. El caos todo lo expone, no respeta la privacidad. Cuando existe caos en nuestra vida todos nuestros mayores miedos y secretos se hacen públicos. Somos incapaces de controlarnos emocionalmente. Somos frágiles. Estamos a merced de cualquier persona, al punto que hasta el más débil puede herirnos severamente. El miedo al caos es mayor cuando uno camina por terrenos desconocidos. En el universo alterno de la ciudad de cristal, el orden se observa con la sobriedad. Una sobriedad que espanta a quienes no están acostumbrados a ella. La sobriedad en los días lluviosos que ocurren casi todo el año. La sobriedad en la oscuridad del invierno. Durante siete meses la noche reina de 15 a 18 horas cada día. Quienes nacieron en la ciudad de cristal saben que las tinieblas y la sobriedad son los padres de esta urbe. Las tinieblas dieron origen a los altos edificios, todos cubiertos de cristal para hacer un uso eficiente de la poca luz que existe. La sobriedad del clima, esa lluvia constante, es reflejo de paz, estabilidad y consistencia. La lluvia limpia, purifica los cristales de los edificios para hacerlos brillar en las tinieblas. Los bellos edificios de cristal no tendrían razón de existir si no fuera por las tinieblas.
Quien nace en la ciudad de cristal aprende a no encariñarse con la luz. Quien nace aquí aprende a agradecer a la naturaleza. Y es que en las tierras del norte, la ciudad de cristal tiene un encanto peculiar al ser la única urbe que recibe tinieblas sin nieve durante los siete u ocho meses que puede durar el invierno. El país del norte duerme cubierto por un manto blanco que se extiende de norte a sur, de este a oeste, excepto en la ciudad de cristal. Pareciera que esta urbe hizo un pacto de sangre en el que acordó tener días lluviosos casi todo el año, a cambio de no dormir durante los siete meses del invierno.
La luz revela verdades e ilumina con fuerza durante los pocos meses de verano pues la iluminación se incrementa al verse reflejada en cada edificio de cristal. Las personas se sienten desorientadas y experimentan cambios súbitos en el estado de ánimo. Poco a poco, el caos se vuelve presente. Los recién llegados a la ciudad de cristal se emocionan cuando reciben días de sol, pero apenas vuelve el clima al orden que la sobriedad reclama, las personas caen. El cambio brusco en las condiciones climáticas se encarga de seleccionar a quienes verdaderamente son dignos de residir en la ciudad de cristal. Quienes no toleran este clima perecen y lo hacen dolorosamente. La adaptación, el sobrevivir a la momentaneidad del caos que aporta la luz, es la prueba de fuego de todo recién llegado.
María no tenía conocimiento de las dinámicas del clima. Es en esta falta de conocimiento como el caos empezaría a aparecer en su vida. Este que era capaz de atacar otros escenarios de la rutina diaria mientras al mismo tiempo podía hacerse presente en el cambio climático.
El poderoso caos apareció primero en la vida laboral. María era una chica muy trabajadora. No obstante, María comenzó a ver borrosa la barrera entre la lealtad y la explotación del patrón. Si el período de trabajo era de ocho a cinco, ella trabajaba de lunes a viernes de siete a siete. Los patrones empezaron a ver que María estaba dispuesta a hacer lo que fuera por tener un trabajo seguro que le ayudara a permanecer en la ciudad de cristal. Le decían a María que, para volverse única e irremplazable, era necesario que demostrara su lealtad atendiendo a juntas que se encontraban al otro extremo de la ciudad y en las cuales el sacrificio por la empresa implicaba que María cubriera sus gastos de transporte. En otra ocasión, el patrón le contó a María que para comprender el sacrificio por el que él y su familia habían tenido que pasar en la consolidación de la empresa, era necesario que María pagara por sus gastos de oficina como imprimir cartas a inversionistas o pagar el recibo de luz por el uso de las computadoras de trabajo. María obedecía. Poco a poco los patrones fueron pidiendo a María que pagase por más y más cosas, hasta incluir el azúcar que todos usaban para el café. Con el paso del tiempo, María se dio cuenta que ya no era una empleada leal, sino una esclava explotada, especialmente cuando cerca de la mitad de su sueldo se iba en gastos de oficina por los que ella era supuestamente responsable.
El caos invadió después la vida amorosa de María. Al haber dedicado todo su tiempo al trabajo, María se había olvidado de los pequeños detalles de la vida que la hacían feliz. Olvidó su pasión por dibujar y caminar, socializar e incluso cocinar. María enfrentó sola las mentiras de Alfredo, su pareja que, a distancia, había decidido terminar con una corta relación en la que ella había depositado mucha fe. Los amigos en los que María confiaba le habían dado la espalda. “Has cambiado, hablas distinto, no eres tan interesante.” Este era el tipo de argumentos que daban los pocos que se dignaban a responder los correos que María enviaba cada fin de semana. María se dio cuenta que para la mayoría de sus contactos, incluyendo a Alfredo, ella había dejado de existir. Muchos familiares, amigos y conocidos de María daban por hecho que todo en su vida estaba bien, pues eran ellos quienes se habían quedado en su país enfrentando la violenta realidad de cada día mientras María gozaba la aparente tranquilidad y prosperidad económica de la ciudad de cristal. Ninguno de ellos era capaz de entender los enormes sacrificios personales, familiares y profesionales que María tenía que hacer cada día para salir adelante. No entendían que, cosas tan sencillas como reportar un apagón implicaban enorme trabajo para los recién llegados que, aunque hablaran la lengua “oficial” de la ciudad de cristal, no comprendían la lengua “coloquial” de sus residentes para decir apagón, ni mucho menos la lengua del corazón para dirigirse en sociedad. A diferencia de la lengua oficial, la lengua coloquial y la lengua del corazón no se aprenden en la escuela ni a distancia. Se viven en base a experiencias con los habitantes de la ciudad, algunas de ellas incómodas.
El caos en el amor se siente como una palpitación en el corazón que ocurre al mismo tiempo que uno tiene un hueco en el estómago y un cosquilleo en la frente. Los síntomas cambian, no hay un orden específico pero estas tres cosas generalmente están presentes y María las tenía. Pese a esto, ella había decidido esforzarse en socializar, hacer nuevas amistades y tal vez reencontrarse con el amor.
Sin conocer mucho sobre los residentes de la ciudad de cristal, a María le costaba entender sus actitudes y el manejo del concepto de “amistad” en su nuevo hogar. Y es que en la ciudad de cristal hacer un amigo, lo repito, hacer un AMIGO no era tarea fácil. Los residentes portaban capas gruesas que cubrían sus verdaderas identidades. Mientras la gente de su tierra natal usaba máscaras para socializar, los residentes de la ciudad de cristal utilizaban sus capas para cubrir cara, cuerpo y corazón. Lograr que uno de estos residentes se quitara su capa requería un esfuerzo de al menos dos años, algo de lo que María no estaba enterada. El caos que genera lo desconocido se hacía presente en situaciones bajo las cuales ella no tenía injerencia. Sin saber este pequeño detalle, María entregaba todos los días el alma y el corazón a cualquier extraño para entablar una plática teniendo la esperanza que esta interacción se convirtiera en algo cotidiano. Exhausta por entregar toda su pasión a múltiples personas, sin recibir nada a cambio, María terminó vacía de corazón y espíritu. Algunos dirán que María era una apasionada de más, otros que era una ansiosa. La realidad es que en la tierra de María hacer amigos era excitante. En su tierra se veía normal que las personas fueran pasionales desde el primer encuentro y quienes optaban por usar una capa en vez de una máscara eran extranjeros o personas que eran vistas como discapacitados emocionales. Decir te quiero, te amo, te extraño, eran palabras frecuentes en la tierra donde nació María.
El corazón, al igual que la mente, tiene muchas lenguas. Si tan sólo María hubiera conocido a alguien que le pudiera traducir en su idioma cardiaco cómo funcionaban los “solitarios” residentes de la ciudad de cristal, tal vez ella hubiera podido haber sido capaz de racionar prudentemente su entrega emocional a cada persona. Pero, ¿son realmente solitarios los residentes de la ciudad de cristal? ¿Se puede considerar solitario a alguien que se siente pleno y en compañía completa pese a ser el único presente físicamente en un espacio? ¿Qué es la felicidad, la plenitud? María había evitado reflexionar sobre este tipo de cuestiones que, de haberlo hecho, le hubieran ayudado a volver más realista sus expectativas en cuanto a la vida en la ciudad de cristal. El no poder comprender este y otros asuntos hacían que María respondiera de la única manera como sabía hacerlo: llenando de emociones corazones que preferían estar ausentes de ellas, reemplazando el sobrio aceite de pasión de los residentes de la ciudad de cristal por el pesado y aromático aceite de pasión de María en los corazones de cada persona que iba conociendo. Los residentes terminaban asfixiados, prefiriendo alejarse de ella, o adictos, prefiriendo verla cuando fuera conveniente para tomar más y más de esa esencia aromática que tenía el corazón de María. Muy pocos residentes de la ciudad de cristal respondían al idioma cardiaco que ella hablaba. Quienes lo hacían eran personas que conocían la tierra de María o que tenían conocidos en aquél país que les habían hablado de los aromas emocionales de por allá.
El fracaso de obtener una relación de amistad sólida con algún residente llevó a María a refugiarse en lo último que le quedaba: su familia. Destruida por guerrillas internas, agobiada por malestares emocionales, la familia de María no atravesaba un buen momento. Su hermano vivía una racha con un carácter violento, mientras su padre y su madre estaban ausentes de casa. Su padre se enfocaba en los asuntos de trabajo mientras su madre socializaba seguido con distintas amistades. María sabía que su familia no tenía la fortaleza ni la capacidad de ayudarle en su pérdida existencial, su derrota como ser humano. Sus padres la veían como una persona extraña, exótica, enfocada siempre en los usos y costumbres de pueblos extranjeros. Por lo mismo, cualquier problema por el que atraviese María era visto por sus padres como una tensión pasajera resultado de sus gustos exóticos y sus vivencias en el extranjero. Si María desconocía el contexto sociocultural de la ciudad de cristal, su familia estaba aún más alejada de cualquier experiencia cultural ajena a la propia. Contando con un trabajo abusivo, relaciones sociales conflictivas y una familia desconectada de su realidad, María enfrentó otra crisis: la muerte de un ser querido.
El caos se había adueñado de cada aspecto de la vida de María mientras los días de sol y lluvia se hacían más impredecibles, rebeldes ante cualquier reporte meteorológico. Después de seis semanas de estar en una fuerte depresión y, tras un año de haber vivido en la ciudad de cristal, María regresó a su país de origen. María fue hospitalizada por desnutrición y depresión aguda.
La historia de María es la historia de cualquier otra persona que decide salir de su patria en busca de una vida distinta y, en esta búsqueda, debe enfrentar el caos. La búsqueda de una nueva vida, un futuro alterno, implica enormes sacrificios para protegernos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos de los daños colaterales que ocurren cuando uno decide abandonar su país de origen. Nadie nos prepara para hacernos viajeros inmunes al dolor y a la soledad que implica a veces estar lejos de la cuna de uno. Y es que cuando uno sale de su tierra debe resignarse a arrancar, lo antes posible, cualquier recuerdo pasional que tenga de su tierra natal. Acumulados y recordados de manera continua, los recuerdos amenazan al viajero con atarlo al pasado, forzarlo a comparar todo lo que ocurre en la tierra nueva con lo que vivió en su tierra natal y ultimadamente estos recuerdos terminan aislándole del entorno en su nuevo hogar. Los viajeros como María están destinados a librar una lucha contra los recuerdos que funcionan como una fuerza de gravedad que nos atrae hacia el suelo de nuestra tierra natal. Una fuerza enfermiza porque en el fondo, cada viajero sabe que dejarse llevar por la fuerza de gravedad sería permitir que los demonios y miedos que los hicieron salir de su tierra natal ganen la batalla. El salir de nuestro país de origen implica cortar lazos con esos vínculos dañinos. Implica ser arquitectos de nuestra propia libertad. Implica volvernos ligeros y abiertos a conocer el mundo. El precio que se paga por esa libertad es alto y se basa en luchar continuamente contra las fuerzas del caos y la gravedad.
Sobre el autor:
Jorge Garza
Urbanista comunitario y defensor de los espacios públicos. Apasionado en escribir y cocinar. Se interesa en comprender cómo crear ciudades más humanas para sociedades multiculturales. En sus tiempos libres le gusta dibujar mapas, nadar o leer en el parque.