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Continuación del texto Desierto
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Al llegar los cuatro de regreso a Real, la ciudad los recibió oscura y ruidosa. Claudia bajó del caballo y casi al instante comenzó a sentir mucho frío. Alex, como volviendo en sí, se acercó de inmediato a ella para prestarle su chamarra y abrazarla. Extrañamente, al ponérsela, Claudia sintió aún más frío y comenzó a temblar. La felicidad que le invadía hace unos momentos parecía ser cosa lejana, ahora enfocaba todo su cuerpo en dejar de sentir ese frío punzante que recorría sus huesos.
Motoi bajo de su caballo muy tranquila, casi daba la impresión de que no estaba ahí. Se despidió de forma muy calmada y ni el fresco de la noche, ni el ruido de la muchedumbre bebiendo y cantando en la calle principal parecían alterarla. Se acercó a Fernando mientras él bajaba con dificultad del “Bucanero” y le dijo:
-Gracias Fernando. Me siento muy bien. Tengo un poco de hambre. Platicamos mañana.
Con una sonrisa y tras darle una leve caricia en la frente se retiró. Fernando estaba alerta, pero fuera un poquito de sí. Se sentía extraño, como si no perteneciera a ese lugar… como si no perteneciera a la realidad misma. Notó de inmediato que estaba temblando también, pero no sentía frío. Sacó como pudo el dinero que había quedado con Don Cuco y se lo dio agradeciéndole el viaje. Ambos se despidieron, aunque sabían que eventualmente se volverían a ver.
Alex tomó la iniciativa y comenzó a caminar junto con Claudia hacia el hostal dónde estaban hospedados. Alex y Claudia habían rentado un cuarto y Fernando el suyo aparte.
El camino de regreso fue tortuoso. La fatiga de cabalgar durante horas y la pronunciada subida empedrada rumbo su dormitorio temporal fue un martirio, especialmente para Claudia quién no podía dejar de sentir un gélido aire en todo su cuerpo. –Vi muchas sombras- le decía a Alex en voz baja. –Se estaban moviendo por toda la cuesta- continuó. Alex comenzó a preocuparse.
Sin intercambiar ni una sola palabra, cada quién se dirigió a su respectiva habitación. Fernando estaba volviendo a sentir el efecto ahora que estaba recostado sobre su cama. Quería darse un baño, pero se sentía totalmente exhausto. Ahora que se encontraba solo recuperó también cierta tranquilidad. Sabía que tenía que tomar papel y pluma y comenzar a escribir. De su mochila sacó una libreta y después de tomar algo de agua de una de las botellas de cortesía del hotel comenzó a escribir algunas líneas.
-Es como si reviviera de nuevo una antigua leyenda. ¿Soy acaso un cristal?
Entre tanto, Alex trataba de tranquilar a Claudia, de hacerle sentir calor nuevamente. Ya en la habitación se empezó a sentir mejor. En parte el cansancio del viaje la había dejado rendida; pero con suficiente fuerza para tomar un baño. Alex por su parte se sentía un poco nervioso. Como si todo fuera muy rápido. Para calmarse se recostó un momento sobre la cama y cerró los ojos en lo que Claudia tomaba su baño. Al cerrarlos comenzó a observar muchas luces, muchos colores. A lo lejos podía observar un camino de tierra y dos enormes árboles a su lado. Siguió avanzando y dio cuenta que los árboles estaban cubiertos de pequeños cristales con luces moradas, blancas, rojas y azules. Se sentía bien.
No pasó mucho tiempo cuando esas luces se multiplicaron, de ser cientos se hicieron miles y de ser miles se hicieron lo que a su parecer eran millones. La imagen lo deslumbró y le hizo abrir los ojos de jalón. En su estómago la planta también estaba haciendo estragos. La luz del cuarto también le pareció demasiado brillante y ligeros ruidos afuera de su habitación hacían un eco profundo y retumbante. Alex estaba ya un poco ansioso.
No pasó mucho tiempo para que Claudia saliera para re-encontrarse con él. Ella seguía muy cansada pero de inmediato notó que Alex no se encontraba bien. En otras ocasiones le hubiera preguntado qué le pasaba, en qué le podía ayudar; pero esta vez se sentía como si algo la alejase de Alex… como si tuviera que esperar a que el volviera en sí.
-Tú no te preocupes por mí amor. Yo estoy bien ya. Haz lo que tengas que hacer.
Las palabras reconfortaron a Alex, pero su ansiedad seguía ahí. Al voltear y observar a Claudia recostarse y cerrar los ojos decidió acompañarla.
-¿Qué es lo que vez linda?
-Nada. No te preocupes. Me siento bien.
Después de la sobre-exposición sensorial que sintió hacía apenas algunos minutos, Alex no quería volver a cerrar los ojos, pero la luz del cuarto le molestaba demasiado. Levantó su mano derecha y trato de tapar la luz del foco con ella. En ese momento, vio como si su mano se desvaneciera frente a sus ojos. Veía sus dedos desaparecer como un montón de arena con el viento mientras por segundos alcanzaba a apreciar sus músculos y sus huesos. Su ansiedad seguía creciendo al tiempo que cerró los ojos de nuevo.
Fernando, por su lado, no había podido pasar de la segunda oración en su libreta. Decidió escuchar algo de música y cerrar los ojos también. Observó ojos oscuros y colores opacos. Muñecos y espinas. Abismos y heridas en la tierra. Lugares por dónde ésta se desangra y eventos que la han hecho hostil. Pero Fernando estaba muy tranquilo, casi expectante. Después de un tiempo dejándose llevar por la música observó colores brillantes moverse de un lado a otro en la oscuridad de esos desolados parajes. Tonos azules de agua y paz. En esa visión observó tres figuras féminas vestidas de blanco, cabalgando de forma firme y veloz como viento, como apuradas por aliviar la infección de la tierra… por desvanecer el veneno.
Alex se encontraba recostado al lado de Claudia. En momento abría los ojos y en momentos los cerraba. Nunca permanecía en un estado por mucho tiempo. Al cerrarlos observaba muchos colores y después… tras una pausa… descendió su conciencia a un profundo y oscuro abismo en cuyo fondo había una esfera gigantesca y transparente. Dentro de ella una infinidad de engranes dorados; grandes y pequeños. Todo parecía moverse en un orden perfecto. Alex le describió la escena a Claudia y ella asintió:
-Sí, si lo veo. Eso que dices, yo lo veo también. Me siento como en todos lados y en ningún lado a la vez- dijo Claudia mientras sonreía.
Alex quería sentirse tranquilo como ella, pero al mismo tiempo intentaba hacer sentido de todo lo que veía. No podía aún concretar ninguna explicación. Nada era como lo que esperaba. -¿¡Cómo explico esto!?- se decía al interior. En ese momento abrió los ojos y se concentró en el rostro de Claudia. Repentinamente la cara de su novia se fragmentó en cuadros y rectángulos que cobraban leve movimiento. Claudia seguía con los ojos cerrados pero en un momento Alex observó un rostro amenazador cuya mirada penetró sobre él y, antes de que pudiera si quiera sentirse nervioso, vio en una fracción de segundo lo que en su mente fue el rostro de un demonio. La misma cara del diablo que lo había observado en la Cuesta de los Arrepentidos.
Alex pegó un brinco y en ese momento sintió ganas de vomitar.
-Amor, ¿estás bien?- le preguntaba Claudia mientras se acercaba temerosa al baño para ayudarlo.
-Si…. No te preocu….- interrumpió el vómito. Alex se reincorporó y limpiándose la boca en el espejo se quedó observando su rostro. Su ansiedad oscilaba muy cerca del miedo… muy cerca del pánico y lo que vieron sus ojos no daba crédito su mente. Ahí, su reflejo cansado, parecía estar murmurando palabras sin que él pudiera controlarlo. Los ojos que veían hacia el espejo eran diferentes de los que observaban desde adentro de él. Alex retrocedió, regresó a la habitación y trataba de mover sus extremidades, sus dedos, todo su cuerpo. Quería sentir que era él. Solamente hacía falta detenerse unos segundos para sentir que dentro de sus huesos se movía otro… ¿otra?... algo.
Las visiones de Fernando eran de un dinamismo fluido y relajante. La música parecía hacer sincronía perfecta con su ritmo y por ello los mensajes se antojaban claros y directos. En ese momento él entendió que incluso la maldad de la tierra es parte de ésta.
-La naturaleza es regular, pero produce irregularidades.
Entendió también que la maldad misma tiene que fluir, tiene que salir y ser encausada cómo un violento río que ha perdido dirección. No sabía cómo ni porqué, pero el flujo que sentía era infinito, eterno, inagotable. Se sentía entre dos mundos, entre ángeles y demonios.
-Ese veneno rojizo, morado y gris… es el miedo. Los grandes titanes del pasado se hundieron en el terror, huyeron hacia cuevas profundas por desacatar a la naturaleza. La línea entre la incertidumbre y el terror es tenue- continuó.
En el otro cuarto, la conversación era diferente.
-Siento demasiado pesado el aire. Tenemos que salir- decía apurado Alex.
Claudia asentía un tanto preocupada.
-Vamos a comprar un bote de agua- reiteró Alex con autoridad.
Salieron ambos. El viento era fresco y las calles ya estaban casi totalmente vacías. Alex se notaba agitado, cansado… con miedo.
-Amor, no vamos a encontrar nada abierto, ya es muy tarde.
Alex parecía no escuchar. Cualquier sonido, por muy ligero, le causaba gran estrés. En todo momento volteaba a su alrededor buscando gatos y aves que escuchaba pero nunca podía ver. Tras algunos minutos de caminar sin encontrar nada llegaron a la parte baja del pueblo, un área dónde los turistas generalmente no van. Cruzaron un puente, pero al otro lado solo veían algunas luces tenues y opacas de los pequeños tejabanes de la colonia. Fue entonces cuando decidieron regresar. Al toparse nuevamente con el puente, Claudia notó un perro parado al otro lado.
-Amor, ese perro nos está viendo.
Alex estaba congelado, no decía ni una palabra. Al otro lado, el can tenía una mirada fija y penetrante. Estaba detenido como estatua también. El miedo se transformó en terror; Alex estaba paralizado. Sentía que el perro podía ver algo que el no. Juraba que en cualquier momento este saltaría para atacarlo.
-Amor… vamos… vámonos.
Ambos cruzaron el puente lentamente, alejándose de aquel animal lo más posible. Éste nunca dejó de seguirlos con esa mirada fría y desgarradora. Alex muy apenas podía caminar. El perro hacia indicios de querer gruñir, pero también estaba asustado. Aquel minuto que tardaron en cruzar el puente pareció una eternidad. Una vez del otro lado, ninguno miró hacia atrás.
Claudia marcó a Fernando y le comentó al respecto. En pocos minutos los tres estaban reunidos de nuevo en la habitación de Fernando. Él había dejado de escribir. Los tres platicaron por un momento y Alex se tranquilizó. –Es normal- le reiteraba Fernando. –No trates de entenderlo todo. Claudia había caído dormida del cansancio.
Alex le explicó todo a Fernando quién se limitó a reconfortarlo por el resto de la madrugada. Alex sentía mucho frío y continuamente exhalaba; como intentando deshacerse de algo.
-Sabes que no podré conciliar el sueño hasta que salga el sol- le dijo a Fernando.
-Lo sé.
El resto de la noche transcurrió más tranquila. Fernando se quedó dormido. Alex, quién ya había vuelto en sí, aun sentía algo de miedo, algo de ansiedad; pero nada como la de hace unas horas. Salió a un pequeño balcón sosteniendo un ojo de dios que había comprado el día anterior. Tras algunos minutos Fernando se reunió con él.
-No fue la planta Fernando.
-Lo sé.
Somos bestias y deidades al mismo tiempo. Llenas de miedo, llenas de ira; pero llenas de color, luz y energía. Con la voluntad para cabalgar velozmente hacia la cima de una montaña imaginaria para dispararnos hacia el cielo.
Hemos crecido porque hay muchas almas buenas viajando con nosotros. Este nuevo despertar es la simple y alegre coincidencia de compartir milenios con espíritus sabios y ancestrales.
Sobre el autor:
Federico I. Compeán R.
Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.
Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.