Cuando pienso en imágenes ficticias generalmente imagino escenas nocturnas. En momentos la escena es cálida y se encuentra adornada con la casi perfecta redondez de las luces provenientes de los faroles de una calle junto a un muelle. Las orillas de los ríos en ciudades europeas resultan de un recurrencia involuntaria por parte de mis sueños. El detalle es que esas escenas de calidez no me evocan nada más. Cuando las observo hundido en la profundidad de la noche, simplemente me hacen flotar y sentir un cosquilleo muy ligero. Una especia de expectación. Como si fuera a conocer a alguien o algo con información nueva e importante. Esto sucede mucho en esos momentos en los que la imaginación se confunde con el subconsciente y la memoria. Todo apunta momentáneamente en una sola dirección.
Cuando quiero ser más evidente en algunos sentimientos preciso entonces imágenes con mayor detalle. Lugares y ambientes que no se limiten a contar una historia; sino que posean ya una historia propia. Aquí la imaginación despierta por sobre los recuerdos. La música, embriagada de creatividad, pinta las paredes y adorna los cuartos de castillos surreales.
Una de mis estructuras favoritas son las torres. Desde la infancia el conjunto de torres enormes y murallas reforzadas me han llevado a imaginarlas como bastiones de momentos únicos, de sentimientos verdaderamente humanos y como imágenes ideales para quiebres y realizaciones emocionales. En su punto más alto hay si acaso una vista hermosa y aterradora a la vez. Debajo de su techo de ladrillo puede haber un estudio con espacio para una sola persona o una cámara majestuosa iluminada por una multitud de hermosos vitrales.
La magia, como idea vaga y general, también se inserta de forma casi automática en los pasillos de estos castillos. A veces sirve para dar vida a las melodías de los fantasmas danzantes de un estudio y otras simplemente para dar explicación a lo desconocido. La magia es la ciencia de un laboratorio ficticio, uno que conecta con bibliotecas inmensas y comedores abandonados.
Por supuesto que estas no son estructuras desiertas. En sus pasillos corre vitalidad y energía. La música del tiempo inexistente mueve torbellinos de creaturas invisibles cuyos sonidos fantasmagóricos producen tranquilidad y temor a la vez. Algunas son juguetonas y bondadosas, mientras que otras tantas son maliciosas y abusivas. En los sótanos y calabozos; en los drenajes y bodegas; en las catacumbas y cuevas subterráneas; ahí habitan creaturas despiadadas, antiguas y aterradoras. Descansan expectantes del siguiente viajero incauto que se atreva a perturbar su sueño. Estas criaturas monstruosas vienen en todas las formas y tamaños. Muchas nunca han sido vistas, pues el velo de la oscuridad es suficiente para proteger su identidad.
En las habitaciones corre siempre un aire de melancolía. Una tristeza malvada que se hincha en el silencio de la nada. El viento incluso teme correr por esos pasillos. Las luces de los candelabros se mantienen siempre encendidas, como si cada una de las recamaras estuviera aún habitada. Los sonidos que entran en esa ala del castillo jamás vuelven a salir. Nadie ha escuchado un solo grito de ayuda salir o entrar a esos dormitorios en cientos de años.
Afuera los jardines se riegan con el lamento de la luna. Las lombrices se retuercen en una tierra árida y muerta mientras que la niebla oculta a las estatuas de una explanada olvidada por el tiempo. Todo aquí es igual que cómo era ayer y permanecerá igual el día de mañana.
En estos parajes es dónde tienen que colocarse nuestros personajes, incluso si no pertenecen a este universo. Es solo mediante su interacción con historias que los anteceden que podría uno descubrir su reacción al temor.
El miedo destila la esencia de los hombres. La concentra y fermenta. Descubre su sabor y su textura. ¿Cómo se observarían en un castillo así? ¿Qué los llevó a él? Y… lo más importante, ¿qué podrá sacarlos?
Sobre el autor:
Federico I. Compeán R.
Ingeniero mecatrónico, escritor, filósofo y demás otras actividades clasificatorias que hablan poco del individuo y mucho del entorno en el que se desenvuelve.
Su labor reflexiva pretende reposicionar la filosofía como acto y ejercicio de vida; como crítica y acto creativo a la vez.