Fotografía: Mictlán
La muerte es el sustantivo de la inevitabilidad. Es un concepto que ignora fronteras, tiempo y circunstancias. Es tan definitiva en sus consecuencias como tan aleatoria en su llegar. La muerte no es solo el hecho en sí, sino el drama existencial que le precede, el dolor cotidiano que le sigue y el fantasma inagotable de la memoria que produce. Somos, tras aquel último adiós, los recuerdos de quienes lloran nuestro partir. La muerte plaga entonces todas las dimensiones de la vida. El constante reflexionar sobre esta produce desazón, urgencia y temor. El ignorarla es un hábito común; pero infructuoso. Tratar de evadirla o, incluso, vencerla; es signo de una ingenuidad casi estúpida.
¿Qué nos queda entonces sino re-interpretarla como condición, realidad y desenlace?. Hacerla pilar de aquella significancia que el absurdo del día a día nos obliga a olvidar. Hablar de la muerte es, por sí solo, ejercer vida.
No sé trata en ningún momento de desafiarla, sino de reconocerla. La muerte tiene el poder de hacer efímeras las grandes voluntades humanas; desequilibrar las estructuras de temporalidad; generar angustia y desasosiego; darle valor a la ilusión del tiempo; producir fantasmagorías en la mente; y despertar inquietudes más allá de toda inercia existencial en un mundo dónde pocos sentimientos aún logran cobrar vigencia más allá de la bidimensionalidad de las imágenes.
En el folklor mexicano, es complicado el disociar a la muerte del mes de noviembre. Hoy más que en otros tiempos la relación entre nuestra patria y la elusiva esencia de la expiración cobra una relevancia que se hace evidente por medio de la naturaleza de la violencia y los diferentes mecanismos que le dan lugar. Así, la muerte se vuelve doblemente preocupante; pues ya no es solo un hecho natural del devenir humano sino un síntoma de la podredumbre social. Sea mediante la violencia, la indiferencia, la superficialidad, la opresión o la simple inercia; nuestros tiempos acompañan la cotidianeidad de constantes maneras de morir y matar.
Con esa intención Ataraxia pretende recoger relatos alimentados del poderoso despertar que produce el fenómeno de la muerte en los que aún estamos vivos. En esta primera edición pretendemos redimensionar la generalidad de la muerte en contextos, circunstancias e interpretaciones específicas. Escribimos para leer lo que la muerte y sus fantasmas representan en un momento histórico en el cual las conversaciones, costumbres y hábitos giran en torno a la negación de la vida.
Transformemos, pues, la muerte. Transfiguremos su esencia, sus símbolos y sus significados. Ya sea mediante la creación de un texto, la reflexión del momento que lo originó o la interpretación de su estética expresiva; es tiempo de encarar las ilusiones de este elusivo espectro.