Hubo una época, no hace mucho tiempo, en el que el desacuerdo no era una señal de conflicto o enemistad. Un momento en el que era fácil entender que otras personas pudieran sostener de forma válida, estructurada y soportada alguna idea distinta a la nuestras. Existía un acuerdo invisible, pero colectivo, de que el camino hacia una sociedad mejor resultaba del conjunto de experiencias y opiniones de distintos sectores, grupos y antecedentes contextuales y circunstanciales.
Podías, en ese entonces, tener una acalorada discusión con alguien sobre política fiscal o la condición de la educación pública sobre un par de cervezas frías y al otro día conversar sobre el resultado de algún evento deportivo reciente con la misma intensidad sin perder una noción de respeto y humildad ante ideas ajenas.
Read More