Es como si de repente una bestia, un demonio hubiera resucitado en mi interior. Una voluntad furiosa, nerviosa, ansiosa. Un ente abandonado que había sido enjaulado despertaba repentinamente. Una inquietud tan bella como horripilante.
Ese monstruo se ponía más agresivo entre más me negaba a verlo a los ojos. Los momentos en los que me detenía a contemplarlo y a expulsar palabras para alimentarlo; ahí parecía tranquilizarse y dar vueltas de forma más calmada en su jaula abierta. Mi reflejo se volvía borroso al mismo tiempo que me dejaba llevar por él.
Hubo una época, no hace mucho tiempo, en el que el desacuerdo no era una señal de conflicto o enemistad. Un momento en el que era fácil entender que otras personas pudieran sostener de forma válida, estructurada y soportada alguna idea distinta a la nuestras. Existía un acuerdo invisible, pero colectivo, de que el camino hacia una sociedad mejor resultaba del conjunto de experiencias y opiniones de distintos sectores, grupos y antecedentes contextuales y circunstanciales.
Podías, en ese entonces, tener una acalorada discusión con alguien sobre política fiscal o la condición de la educación pública sobre un par de cervezas frías y al otro día conversar sobre el resultado de algún evento deportivo reciente con la misma intensidad sin perder una noción de respeto y humildad ante ideas ajenas.
Parece que la noche ya no cumple ningún propósito. Cada vez es más difícil diferenciarla del día. Las cosas ya se escuchan con el mismo volumen al ocultarse el sol y las luces son cada vez más blancas e intensas en nuestras gigantescas ciudades.
Tal vez sea un reflejo del nuevo temor a la noche y a la soledad. Uno piensa que temerle a la oscuridad es cosa de niños, que cuando uno crece el misterio desaparece, que sabes lo que hay debajo de las sombras; pero, ¿realmente lo sabemos? Ahora que caiga la noche, ¿caminarías por la calle en completa oscuridad? ¿Caminarías más allá de las fronteras de la civilización sin una lámpara? ¿Permanecerías en silencio dentro de la nada?
El feminismo finalmente se convirtió en una conversación de la que se habla en nuestro país, y como fenómeno y discurso que motiva marchas, pronunciamientos y algunas pintas me parece necesario el tratar de desmenuzar el presente en donde se sitúa con la única intención de comprender sus formas y su fondo.
El discurso progresista de izquierda ha cambiado drásticamente en los últimos años y las luchas feministas se han posicionado como representativo principal de los valores e ideas que esta joven generación de activismo representa. Imposible el desvincular esta discusión de las plataformas en-línea que cimentaron y dieron impulso a la difusión exponencial y el crecimiento –tal vez demasiado veloz- del número de jóvenes identificados con esa causa.
La música siempre me remonta a los lugares de donde proviene o hacia donde ella decide viajar. Algunas melodías oscuras pretenden evocar paisajes góticos e inciertos. Mediante arreglos exagerados intentan dibujar niebla, bosques y montañas olvidadas por nuestras ciudades iluminadas, ruidosas y resueltas.
El drama de una canción se construye a partir de la incertidumbre de sus notas. Donde menos se pueda predecir su progresión es mayor su semejanza con una realidad libre de la interpretación humana. Es decir, su espontaneidad es reflejo de la naturaleza y no del hombre. Los paisajes que dibuja una obra estética no son los de este mundo; pues sus ritmos son distintitos a los nuestros.
Es un error común el pensar que la música se aprecia mediante el oído solamente.
Hay días… no, más bien momentos, en los que siento que mi voluntad se pierde en la naturaleza. Siento que mi ego tiene dificultades para mantenerse unido a mi cuerpo. Como si en cualquier instante todo mi ser fuera a disolverse sobre la realidad misma, como una cucharada de azúcar en una taza de café caliente.
Me siento desconectado, disociado, casi invisible. Mi voz es tenue y mis palabras repeticiones. Mi mirada se pierde en mosaicos y paredes; mi cuerpo se vuelve pesado y lento para responder. Me expando a la vez que mi voluntad se reduce. En esos momentos me siento más identificado con las cosas que con los otros. No me asumo entonces tan diferente de un mueble, una roca o un río. Existo en la inercia de una posición indeterminada e indeterminante. Siento replicas ondular sobre todo mi cuerpo reafirmando mi existencia pero a la vez negando su supuesta individualidad. Me vuelvo parte dela insignificancia del todo.
Berlín es una ciudad que respeta su memoria. Lo hace, pienso, por miedo y tienen razón. Cada año que pasa ese miedo se vuelve más intenso, más incierto. La marea del tiempo parece ser más agresiva y turbulenta hoy más que en épocas anteriores. Aunque, ¿no es condición de nuestro tiempo el exagerar sus propias características? Si alguien de generaciones posteriores leyera estas líneas tal vez podría reflexionar sobre este pensamiento con mayor claridad. Existe, sin embargo, el peligro de en la misma forma exagera su propio momento y tenga un juicio tan incompleto y sesgado como el mío.
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Linda acostumbra a perderse en la bastedad de la existencia. A veces, cuando el día no es del todo gris, prefiere ir a un Café desconocido, pedir una copa de vino blanco y observar la gente pasar mientras simula que lee un libro. Otras veces prefiere ponerse audífonos y encender su iPod con el volumen en lo mínimo para poder escuchar las conversaciones de los demás. Lo que escucha son pláticas quebradas, oraciones incompletas y voluntades dormidas. Algunas le recuerdan su propia existencia, otras le hacen olvidar sus sueños.
Será muy rara la ocasión en la que salga a defender una trivialidad moderna como la fotografía casual de momentos. Será más raro el momento en la que lo haga sabiendo muy bien que el vicio híper moderno de las imágenes es síntoma, consecuencia y antecedente de nuestra superficialidad colectiva. Este texto es entonces esa extraña y poco usual permutación en mi discurso.
No pretendo aquí invalidar críticas anteriores; más si mostrar desde un ángulo diferente las posibilidades creativas y las nociones artísticas, explícitas o implícitas, de una fotografía en redes sociales. Fotografías en apariencia mundanas, repetitivas y fugaces. Imágenes tan vacías de significado que flotan en automático por el mar de la irrelevancia, cubriendo de forma graciosa, melancólica y trágica los desperfectos de nuestra ligera realidad.
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Es difícil ahogarse en el infinito cuando no puede uno ni siquiera beber pequeños charcos de soledad. El mar, siempre en movimiento, ejemplifica un absoluto terrible. Una perpetuidad vacía que le habla más al infortunio y a la desesperación que el gracioso dinamismo de un río. Entre más vistoso sea el quebrar de las olas más melancólico resulta el observar al mar; pues pareciera que se burla con una gracia reservada de nuestro delirio de ser dioses.
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