En muchas ocasiones he querido tocar el tema de la relación, generalmente conflictiva, que tiene la ciencia y las cuestiones religiosas en la interpretación cotidiana de las cosas. Ese conflicto siempre me ha parecido problemático y un tanto absurdo. Me gustaría pensar que la gente entra en debates de este estilo por una mera necedad humana de generar discordias inútiles; sin embargo sé que no es así.
El fanatismo y dogmatismo religioso es sin duda detestable. Incluso si dejamos cuestiones morales de lado, me parece de mala educación y un atentado general del comportamiento el profesar una adhesión absoluta y sin lugar a cuestionamientos de cualquier sistema de creencias. Y aunque no justifico este nivel de deshonestidad intelectual, si puedo llegar a comprenderlo, especialmente en el ámbito espiritual.
Dicho sea esto, el ateísmo militante me parece igual de estúpido y molesto que cualquier idea misionera de transformación y conversión religiosa presente normalmente en las concepciones teístas del mundo. Lo que me parece aún más irritante de esa epidemia de ateos misioneros es ese disfraz que visten de “escépticos científicos” como justificación de sus dogmas y su actitud de inadmisibilidad a cualquier argumento que pudiera poner en duda su conjunto de “no-creencias”.
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